Siempre he recordado ese pequeño libro no más grueso que mi dedo meñique en la estantería del cuarto de estar de la casa de mis papis acompañado de otros libros de bolsillo a ambos lados.
Al abrirlo, en la tercera página se puede leer: Vigésima edición en “Libro de bolsillo”: 1983.
Como imaginaréis, tras el paso de los años las páginas han tomado un tono amarillento y el papel se ha vuelto más áspero, pero por supuesto, su contenido no ha cambiado. Desde que llegó este libro a manos de mi madre siempre ha sido muy especial para ella. Fue regalo de una gran amiga de la familia. Mi hermana y yo desde pequeñas hemos compartido habitación y cuando llegó la hora en que mis padres pudieron ponernos una habitación propia a cada una los cambios de mobiliario hicieron que El Principito, junto con aquellos que le hacían compañía en el cuarto de estar, danzara de caja en caja, aunque sin caer en el olvido. Cuando me mudé a mi casa y decidimos darle un toque de color a las paredes, tenía claro el color de una de las habitaciones pequeñas. AZUL. Quería tener un trocito de cielo conmigo, y por ello compré unas estrellas que se iluminaban en la oscuridad.
Aunque nací en Madrid crecí en Leganés y, como en toda ciudad con sus luces, es prácticamente imposible poder ver las estrellas y disfrutar de ellas, a no ser que te vayas a las afueras. Tenía mi pequeño trocito de cielo y la sorpresa fue cuando una noche, pensando que me había dejado la luz encendida de la habitación pasé con intención de apagarla y…
¡¡Era la Luna!! Iluminaba toda la habitación.
Aquella noche mi trocito de cielo tenía también luz propia, la de la Luna. Desde entonces se hizo más especial aún. Entraba y me trasmitía tranquilidad, paz, me incitaba a soñar. La mañana de los fines de semana se volvieron rutinarios. Nos encantaba abrir el ventanal y disfrutar del amanecer. Poco a poco y cuando pudimos, aprovechamos una cama, una mesa de escritorio y una estantería, para aquel que viniera y quisiera quedarse tuviera donde dormir. La Habitación Azul, era algo más acogedora, se había convertido en un Rincón donde evadirme, leer un libro, echarme una buena siesta o dejar volar mi imaginación.
Todavía recuerdo esa tarde de domingo de mediados de agosto.
Desperté, miré la pared y me fui a buscar el libro de El Principito. Hacía un par de meses que se lo había pedido a mi madre, pues quería leérmelo de nuevo. Cogí papel y lápiz y me puse a hacer bocetos. Ya tenía El Principito, pero el original miraba hacia la izquierda. Yo quería que mirara a la derecha, hacia la ventana, por donde entraba la Luna.
Con mi maletín de óleos en el suelo, mi caja de acrílicos y con el lápiz en la mano, colgué mi pequeño boceto de El Principito y comencé a pintar.No era miedo, sino respeto. Siempre que me pongo delante de un lienzo en blanco me pregunto una y otra vez si podré superar el anterior. Es todo un reto. Ahora el lienzo era una pared de 4m de largo por 2,60m de alto. Miré por última vez esa pared vacía y me puse a enfondar.Cuatro días tardé en terminarlo. Echaba allí las siestas, en mi habitación azul, y según me levantaba, me ponía a pintar, apuraba hasta que se iba la luz del sol. Aprovechaba cada rallito para ver mejor las mezclas y combinar mejor los colores.
El día que firmé el mural, la luz del sol me había ganado, pero necesitaba terminarlo, no me preguntéis por qué. Aquella noche dormí allí, con El Principito haciéndome compañía.
A la mañana siguiente. Una llamada. ¡¡¡Estaba EMBARAZADA!!!
Para terminar necesitaba una percha. Pero imposible, no encontré nada que se ajustara a lo que andaba buscando. –Mira que son feas y básicas las que suelen tener.
Lo que sí me llamó la atención fueron unos pomos en forma de estrella y luna, para el armario quedarían geniales.
Mientras los tenía en mis manos para pagar… una Nube. Cogí cinco más. ¿Por qué no hacer una percha a juego con el mural?
En un fin de semana que vinieron mis padres y mis hermanos a comer, aproveché a pedirle a mi padre que se trajera la sierra de calar. Ya tenía la silueta hecha pero no me convencía. He de decir que todos metieron mano y al final se quedó perfecta.
Lo que no me convencía ahora era el armario, ese color haya de constructora, con esos pomos tan monos azules, de estrellas y lunas…
¿Solución? Pintarlo.
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