Un cumpleaños de colores

Nunca imaginó que en su 33 cumpleaños iba a tener el mejor regalo.

Ha pasado una semana y aún quedan las huellas de lo que fue una mañana llena de descubrimientos para ambas, llena de colores.

Ella lo tenía claro. Quería que fuera especial. Quería dejarlo pintado en su retina. La noche de antes lo había preparado todo sin yo saberlo. Y en esta ocasión estaría en casa, estaríamos juntas tras salir el sol hasta ocultarse. Era su cumpleaños.

Despertamos, y jugamos en la cama hasta cansarnos de hacernos cosquillas. A tenernos en pie entre cojines y almohadones mientras nos  hundíamos y pasábamos a las volteretas. Nos escondimos bajo las sábanas y fuimos fantasmas hasta asustarnos de nuestra propia risa. Tumbadas, en la cama, buscamos en tu bandeja de tesoros pulseras y collares que mejor nos iban. Nos pusimos guapas e intenté que no se me cayeran tus anillos en mis pequeños y finos dedos que tanto me gustan verme.

Cogimos fuerzas y tras desayunar corrimos a nuestro pequeño rinconcito.

Todo estaba preparado. Mi babi, las pinturas, la masilla,  la caja llena de colores, los folios… .

No sabía donde mirar, mis vista se centraba en mi mesa, en esos pequeños botes que antes no había visto, en mi caja de pinturas. Ni dudé en ponerme mi babi, mi bata, como tú.

Me abriste las pinturas y me guiaste a mancharme los dedos, las manos, a familiarizarme con la textura, a intercambiar bien los colores. Demasiado rápido me animé, tanto que acabé dándole un nuevo diseño a mi mesa de dibujo.

Pintamos y pintamos hasta llenarnos la cara, los brazos, de pintura, tanto hasta llegar a mirarme las manos con cara rara por su nuevo color.

Tras toda la mañana, a regañadientes tuvimos que guardarlo todo. Nos teníamos que ir, pero no sin antes colgar mis dibujos, mis regalos para ti mamá.

¡¡Felicidades mamá!! Te quiero. Ainara.