Comienza la temporada.
Las yemas están brotando, los árboles se visten de verde y algunos son tan caprichosos y coquetos que se dan el lujo de vestirse de flores.
Es lo que tiene la primavera…. Todo lo altera.
En mi jardín desde hace una semana estoy viendo brotar unas pequeñas puntitas color verde. -¡Son los tulipanes! Apenas han crecido y ya tienen la flor a punto de abrirse y son tan diminutos que casi no pueden mostrar la belleza de su flor. -¿Dónde los compraríamos? En cambio, los que acompañan al granado, son tan altos que el peso de su flor y su búsqueda ansiosa por el sol los acaba doblando. Y si no ya aparecerá algún gato, esos que se dan el gusto de pasar cuando quieren al jardín, de jugar, rascarse el lomo con las palmeras y hacer Kick Boxing, por cómo aparecen las flores de los tulipanes partidas bajo el granado. Por no contaros cómo se ponen a cazar gorriones, que pareces estar viendo en vivo y en directo ‘El hombre y la tierra’.
Sí, me encantan los tulipanes, sus colores, sus campos, la alegría que dan a un jarrón, a un centro de mesa, a cualquier rincón de la habitación.
Cuando amueblamos el salón, nos propusieron poner un cuadro que presidiera la mesa. No lo pensé dos veces, cuando vi aquella lámina, aquel campo de tulipanes sólo tuve que tomar las medidas y ponerme a ello. Además ese año nos obligaban en clase a hacer un carboncillo, un bodegón y un paisaje. Me había cambiado de Escuela por mi cambio de domicilio. Y el temario que había expuesto el ayuntamiento había que llevarlo a rajatabla. Sin duda, me vino genial. Aquel curso sólo me dio tiempo a hacer tres cuadros, pero me di cuenta que la calidad, sin duda, estaba mejorando.
Lo miro, lo miro y lo vuelvo a mirar, y cada vez me gustan más 🙂