Tulipanes

Comienza la temporada.

Las yemas están brotando, los árboles se visten de verde y algunos son tan caprichosos y coquetos que se dan el lujo de vestirse de flores.

Es lo que tiene la primavera…. Todo lo altera.

En mi jardín desde hace una semana estoy viendo brotar unas pequeñas puntitas color verde. -¡Son los tulipanes! Apenas han crecido y ya tienen la flor a punto de abrirse y son tan diminutos que casi no pueden mostrar la belleza de su flor. -¿Dónde los compraríamos? En cambio, los que acompañan al granado, son tan altos que el peso de su flor y su búsqueda ansiosa por el sol los acaba doblando. Y si no ya aparecerá algún gato, esos que se dan el gusto de pasar cuando quieren al jardín, de jugar, rascarse el lomo con las palmeras y hacer Kick Boxing, por cómo aparecen las flores de los tulipanes partidas bajo el granado. Por no contaros cómo se ponen a cazar gorriones, que pareces estar viendo en vivo y en directo ‘El hombre y la tierra’.

Sí, me encantan los tulipanes, sus colores, sus campos, la alegría que dan a un jarrón, a un centro de mesa, a cualquier rincón de la habitación.

Cuando amueblamos el salón, nos propusieron poner un cuadro que presidiera la mesa. No lo pensé dos veces, cuando vi aquella lámina, aquel campo de tulipanes sólo tuve que tomar las medidas y ponerme a ello. Además ese año nos obligaban en clase a hacer un carboncillo, un bodegón y un paisaje. Me había cambiado de Escuela por mi cambio de domicilio. Y el temario que había expuesto el ayuntamiento había que llevarlo a rajatabla. Sin duda, me vino genial. Aquel curso sólo me dio tiempo a hacer tres cuadros, pero me di cuenta que la calidad, sin duda, estaba mejorando.

Lo miro, lo miro y lo vuelvo a mirar, y cada vez me gustan más 🙂

Fleurs Sophie

Esta mañana antes de salir de casa pasé por la puerta de una floristería. La floristería de Sophie Minur. Aunque paso por ahí varias veces al día y siempre me paro a ver su escaparate, hoy es un día especial. -¡Es el día de los Enamorados, San Valentín…! Y de forma fugaz imagino a todos aquellos que podrán pasar hoy a comprar unas flores. Rosas, margaritas, lirios, tulipanes o por qué no un ciclamen, a mi me encantan sus flores.

A pie de calle llegan sus colores y con la puerta entreabierta deja escapar el suave perfume de todas sus flores. ¿Una margarita? ¿Unas rosas rojas? ¿Un ramo multicolor? Cualquier opción es buena, pues se prepara con toda la delicadeza y cariño que se merecen las flores.

Me encanta ver su escaparate, acercarme a él y ver sus ramos abrazados por jarrones que les dan de beber durante el día.

Aunque no lleva muchos años abierta, he de reconocer que su apertura fue algo compleja pues se quiso dar ese toque que tienen algunas tiendas casi centenarias en el centro de la ciudad. Poquito a poco y atendiendo todo mínimo detalle, la floristería Sophie Minur fue creciendo hasta dar con lo que quería su propietaria.

Hoy es un día especial, donde quiero creer que los enamorados se quieren más, si están enfadados hacen las paces, o se anhelan a encontrarse. Hoy es otro día más a dedicarse, otro día más a quererse… otro día más a recordar entre todos los días del año.

No hay que mirar muy lejos, siempre hay una flor en una terraza, en un jardín o en ese descampado donde aparcas cada mañana al ir al trabajo, esperando a que la cojas y se la regales a alguien.

Las cosas pequeñas. que a veces a nuestros ojos son invisibles, son las más bonitas.

 

Unas Casitas

Llevo todo el día preguntándome de qué hablaría hoy. Dándole vueltas a la cabeza. Haciendo un repaso de todos mis trabajos en estos años: Mi primer bodegón, Casitas, Chocolatas, Campo de Girasoles, Atardecer en Venecia, Rosa y Acero, En la playa, Un recuerdo, Tulipanes…, ¿pero cuál? ¿De cuál hablo hoy?

He estado pensando en Las Casitas desde que empecé todo esto, pues no deja de ser el segundo cuadro que pinté, y a pesar del comedero de cabeza que me dieron las escaleras y su perspectiva son tan especiales para mi, como lo son para mi madre que desde el primer día las tuvo colgadas y a día de hoy a toda visita que pasa por casa se las enseña orgullosa.

Cometí el error de retocar el cuadro después de haberlo firmado y digo ‘cometí el error’ porque las retoqué una y otra vez y aún así no conseguí que parecieran unas escaleras. Quedó algo mejor pero en aquel momento la perspectiva y yo no éramos muy amigas y las mismas escaleras parecían salir de la pared, planas, lisas, sin sensación de espacio para apoyar por lo menos un pie y subir al siguiente peldaño.

Al final, una noche, después de llevármelo a mi casa, me lo bajé a Mi Rinconcito y allí estuve hasta las 3:00h de la mañana retocándolas hasta creer que estaban perfectas.

¡Sí, lo creía! Creía que había podido con ellas, que lo había conseguido, y bueno qué decir que, a pesar de los años, cuando las miro, no puedo evitar hacer una negación con la cabeza, pues se que al final no se quedaron como a mi me hubieran gustado. ¿Demasiado perfeccionista para ser mi segundo cuadro, quizá?

Después de todo, mi madre siempre que me ve delante de ellas, me coge por la cintura para abrazarme y me dice: -Hija están perfectas, a mí me encantan.