Mis sentidos comienzan a despertarse.
Oigo ruido. -¿Estarán ya despiertos?
La habitación está a oscuras, pero la puerta del balcón se ilumina por las uniones que existen entre lámina y lámina de una persiana enrollable.
Intento escapar de ese colchón de lana, que me tuvo absorbida toda la noche. Mi cuerpo se estremece y se incorpora para levantarme. El suelo está frío. -¿Y las zapatillas?, siempre igual. ¿Dónde las habré dejado esta vez?
Termino de levantarme y me voy derecha al balcón. La puerta está abierta y aunque retiene la brisa fresca la persiana, siento cómo se adentra por las pequeñas uniones esa brisa.
Recojo la cuerda que nace de su centro y tiro de ella poco a poco. El sonido de las tablillas de la persiana, se hace protagonista, a la vez que se van doblando para dejar entrar los tempranos rayos de sol.
Con mis ojos cerrados siento cómo me invade la brisa, me ilumina el sol… . Respiro hondo hasta llenar mis pulmones de aire fresco y abro los ojos… .
Estoy frente al mar, al lado del embarcadero, donde unos barcos aguardan a echarse a la mar.
Es primavera y los balcones brillan por sus colores.
Está claro que la práctica y tras varios renuncios hicieron que la perspectiva poco a poco fuera cogiendo forma, e incluso volumen.
Mis primos se habían casado ese verano y qué mejor regalo que una ventana con vistas al mar.