Con vistas al mar

Mis sentidos comienzan a despertarse.
Oigo ruido. -¿Estarán ya despiertos?
La habitación está a oscuras, pero la puerta del balcón se ilumina por las uniones que existen entre lámina y lámina de una persiana enrollable.
Intento escapar de ese colchón de lana, que me tuvo absorbida toda la noche. Mi cuerpo se estremece y se incorpora para levantarme. El suelo está frío. -¿Y las zapatillas?, siempre igual. ¿Dónde las habré dejado esta vez?
Termino de levantarme y me voy derecha al balcón. La puerta está abierta y aunque retiene la brisa fresca la persiana,  siento cómo se adentra por las pequeñas uniones esa brisa.
Recojo la cuerda  que nace de su centro y tiro de ella poco a poco. El sonido de las tablillas de la persiana, se hace protagonista, a la vez que se van doblando para dejar entrar los tempranos rayos de sol.
Con mis ojos cerrados siento cómo me invade la brisa, me ilumina el sol… . Respiro hondo hasta llenar mis pulmones de aire fresco y abro los ojos… .

Estoy frente al mar, al lado del embarcadero, donde unos barcos aguardan a echarse a la mar.
Es primavera y los balcones brillan por sus colores.

 
Está claro que la práctica y tras varios renuncios hicieron que la perspectiva poco a poco fuera cogiendo forma, e incluso volumen.

Mis primos se habían casado ese verano y qué mejor regalo que una ventana con vistas al mar.

Unas Casitas

Llevo todo el día preguntándome de qué hablaría hoy. Dándole vueltas a la cabeza. Haciendo un repaso de todos mis trabajos en estos años: Mi primer bodegón, Casitas, Chocolatas, Campo de Girasoles, Atardecer en Venecia, Rosa y Acero, En la playa, Un recuerdo, Tulipanes…, ¿pero cuál? ¿De cuál hablo hoy?

He estado pensando en Las Casitas desde que empecé todo esto, pues no deja de ser el segundo cuadro que pinté, y a pesar del comedero de cabeza que me dieron las escaleras y su perspectiva son tan especiales para mi, como lo son para mi madre que desde el primer día las tuvo colgadas y a día de hoy a toda visita que pasa por casa se las enseña orgullosa.

Cometí el error de retocar el cuadro después de haberlo firmado y digo ‘cometí el error’ porque las retoqué una y otra vez y aún así no conseguí que parecieran unas escaleras. Quedó algo mejor pero en aquel momento la perspectiva y yo no éramos muy amigas y las mismas escaleras parecían salir de la pared, planas, lisas, sin sensación de espacio para apoyar por lo menos un pie y subir al siguiente peldaño.

Al final, una noche, después de llevármelo a mi casa, me lo bajé a Mi Rinconcito y allí estuve hasta las 3:00h de la mañana retocándolas hasta creer que estaban perfectas.

¡Sí, lo creía! Creía que había podido con ellas, que lo había conseguido, y bueno qué decir que, a pesar de los años, cuando las miro, no puedo evitar hacer una negación con la cabeza, pues se que al final no se quedaron como a mi me hubieran gustado. ¿Demasiado perfeccionista para ser mi segundo cuadro, quizá?

Después de todo, mi madre siempre que me ve delante de ellas, me coge por la cintura para abrazarme y me dice: -Hija están perfectas, a mí me encantan.

Un Carboncillo

– ¿Un carboncillo?, pero si yo no se dibujar.

– Pues de eso se trata que empieces a entender las medidas, perspectiva… . Que sepas dividir el lienzo, darle luz, sombras… .

Ese día me sorprendí al ver el carboncillo. No era el típico lápiz convencional con la punta de este material. El propio lápiz era el carboncillo. ¡La mina era el lápiz!. Un material compacto, pero algo frágil, que sólo con tocarlo te dejaba las manos negras, aunque más fácil de limpiar que el propio óleo.

También me facilitaron un difumino. Una especie de lapicero, algo más grueso, hecho de papel para poder difuminar el carboncillo, logrando así las sombras del dibujo.

…. . Una mesa y sobre ella, un vaso dando de beber a una rosa acompañada por un ramillete de romero, un farolillo (con ganas de encender más que pintarlo, para ver su foco de luz, pues se veía antiguo), la típica botella de licor y unas peras, que consiguieron madurarse antes de que terminara su dibujo. Aquello era mi primer trabajo a carboncillo.

Respiré hondo y miré al papel, después a la mesa, incluso a mis compañeros. -¡Madre mía dónde me había metido, aquello no podía salir bien, no sabía ni por dónde empezar!

Poco a poco los trazos fueron cogiendo forma, luz, sombra…. -¡No se estaba quedando tan mal!

Lo curioso de un dibujo así es que tenía que recordar el sitio exacto donde había comenzado a dibujarlo, pues de lo contrario toda la perspectiva cambiaba.

¡Uff, otro bodegón, y a carboncillo! He de reconocer, que no me gustó nada, incluso me resultó aburrido. Estaba deseando acabarlo para poder empezar a pintar. Utilizar los colores, dar alegría al próximo lienzo.

No lo tengo ni enmarcado, está en Mi Rinconcito, en uno de los caballetes, sobre otro cuadro que aguarda a que me llegue un día la inspiración. Mientras escribo, pienso: -¡Se merece un hueco en una de las paredes!

– ¿Lo que aprendí? Que el propio Carboncillo es la herramienta perfecta para hacer cualquier boceto, ya sea sobre papel, lienzo, una pared… . Y aunque sea un trocito, es suficiente para trazar un buen boceto.