Día de Reyes.
Un sobre a nombre de las dos: Ainara y Nuria. En su interior una hoja de papel con la imagen de una caja sorpresa donde justo debajo de ella se encontraban unos números.
-¿Y estos números?
-¿Quizá unas coordenadas?
No dudé en coger el móvil, tirar de Google e introducir esos números.
Nos íbamos a Venecia, los tres, mi pequeña familia.
Recuerdo, el momento, el sobre en el árbol, nuestros nombres en él. Y mi cara de interrogante al ver esos números.
Llegó el día. ¡Nos íbamos a Venecia!, ¡con nuestra peque! Los tres. Toda una aventura.
Ya han pasado dos semanas y cada rincón, cada esquina, callejón o callejuela, plaza, iglesia, esos baches con el cochecito por su empedrado de calles (aún me pregunto cómo podías seguir dormida y no despertarte) o la subida y bajada de escalones de decenas y decenas de puentes por los que pasamos. Sus helados, y esos morros rosa frambuesa, que tanto te gustaban y que allí probaste.
Ahí siguen en mi retina, en mi mente como tu primera caminata tras los ‘pi-pis’ en la Plaza San Marcos el primer día.
Qué gran invento la fotografía, poder recordarlo TODO.
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Siete años hace desde que pinté este cuadro. Ni recuerdo cómo localicé la lámina, pero se que desde el primer momento me impacto. Fueron sus colores.
Su técnica puntillista ya me la adelantó mi Maestro. Era complejo, además de cansado pues era a base de puntadas con el pincel todo el cuadro. Integrando colores, difuminándolos para que así no fueran visibles los cambios de color, los corte.
Disfruté de él con cada pincelada, con cada cambio de color: amarillo de cadmio naranja, amarillo real, ocre amarillo, azul celeste, azul cobalto, azul de prusia, bermellón, carmín de granza.
Unos años después no podía imaginarme que esa imagen podría contemplarla desde uno de los ventanales de El Palacio de Ducal.